FÁBULAS DE AUGUSTO MONTERROSO
La Rana que quería ser una Rana auténtica
“Había
una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se
esforzaba en ello.
Al
principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su
ansiada autenticidad.
Unas
veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora,
hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin
pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la
gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba
otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una
Rana auténtica.
Un día
observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus
piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas
ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así
seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que
la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros
se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo”.
El Grillo
Maestro
Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos. Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.
Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos. Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.
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